Publicado: enero 27, 2017 | Autor: Demian Paredes | Archivado en: Florencia Abbate, Juan José Saer, Libros, Literatura, Poesía, Raúl Zurita | Tags: Florencia Abbate, Juan José Saer, libros, Literatura, Poesía, Raúl Zurita |
Acerca de El grito, novela de Florencia Abbate
Tangente realidad (y proliferación mental)
Los acontecimientos del 19 y 20 diciembre de 2001 en Argentina dejaron su marca, como suele ocurrir con todo hecho histórico de magnitud, no solo en la política del país, sino también en su cultura: por ejemplo en el periodismo –ver la compilación titulada La Comuna de Buenos Aires, con entrevistas y artículos de María Moreno–, y en la literatura –en relatos, novelas y poesía–. Un libro aparecido en 2004, El grito, primera novela de Florencia Abbate, acaba de ser reeditado por la cordobesa Eduvim. Allí, la autora recupera aquel “diciembre caliente”, de estallido de la economía, con rebeliones populares y
luchas, y la posterior caída de ministros y presidentes. Pero lo hace mediante un trabajo especial. En parentesco con varios relatos que fueron compilados en Los días que vivimos en peligro (un conjunto de narraciones que tomaron momentos críticos y/o de crisis de la historia argentina, y donde hay un cuento “del 2001”: “El título”, de Federico Jeanmaire), El grito se hace eco de aquellos episodios decembrinos, pero sin pretender reproducirlos (ni en clave realista, ni naturalista). Como en sordina ante el ruiderío de aquel gran “quilombo argentino”, Abbate, tras comenzar su libro con una cita de Borges (quien, en uso de “licencia poética popular”, habla del azar: la realidad de nuestro país sería algo así como “una lotería”), narra cuatro historias, tituladas llamativamente “Marat-Sade”, “Luxemburgo”, “Warhol” y “Nietzsche”.
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Comentario a ‘In Memoriam’
Raúl Zurita: una música de los países rotos
Fragmentos o secciones del gran volumen de Raúl Zurita, Zurita (EUDP, 2011), reescritos y reordenados, fueron apareciendo años previos a esa magna obra de casi ochocientas páginas del poeta y escritor chileno: In Memoriam, Cinco fragmentos, Cuadernos de guerra, Sueños para Kurosawase
titularon los “anticipos”. Y ahora, la joven editorial argentina Audisea publica In Memoriam, en una versión revisada y adaptada por el autor; un libro aparecido originalmente en 2008 en Santiago de Chile.
Como si fuera un fantasma que recorriera los escombros de la destrucción posdictatorial latinoamericana, los genocidios en Europa y sus guerras, las matanzas y aberraciones de la historia (in)humana –ahí está, para confirmarlo una vez más, el libro póstumo recién aparecido del español Jorge Semprún, Ejercicios de supervivencia–, la voz poética que compone Raúl Zurita en sus libros tiene como piedra de toque estos temas, desafiando de algún modo la conocida (ultracitada) frase de Adorno, acerca de la poesía y Auschwitz como experiencias antagónicas, absolutamente opuestas, e incluso de efecto paradójicamente (auto)anulatorio, en el caso de una: “escribir poesía” luego de Auschwitz era, para Adorno, “un acto de barbarie”. Pero Zurita no “solo” escribe poesía “después de Auschwitz” –y las barbaries posteriores–, sino que, transformando la experiencia y el recuerdo, genera e implanta un “vitalismo poético”, una vigorosa fuerza, una voz, que surge del derrumbe, de la destrucción y el crimen masivo que perpetraron las dictaduras –en particular la de su propio país–.
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Juan José Saer. Una forma más real que la del mundo / Martín Prieto (comp.)
Juan José Saer, narrador, poeta y ensayista, expresó desde sus primeras intervenciones públicas una alta conciencia y una decisión firme —se diría inquebrantable— de dedicar su vida a la literatura. Este libro, que reúne una treintena de entrevistas que van desde la década de 1960 hasta 2005, meses antes de su muerte, es otro acercamiento a sus lecturas, su visión acerca del devenir y el porvenir de la literatura, su propia biografía y hasta sus ideas sobre historia y política.
Si ya podía saberse lo que pensó el autor de El entenado acerca de la literatura por El concepto de ficción (1997) y La narración objeto (1999) —y por los volúmenes póstumos Trabajos (2005) y Papeles de trabajo I, II, III y IV—, la lectura de estas entrevistas permite apreciar diversas constantes, ciertas intuiciones primigenias que se irán reelaborando a lo largo de las décadas, cambios, incorporaciones de autores y temas, críticas y una serie de preocupaciones que hicieron a la propia escritura de Saer.
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Publicado: septiembre 10, 2016 | Autor: Demian Paredes | Archivado en: Augusto de Campos, Poesía, Poesía concreta, Raúl Zurita, Reportajes | Tags: Augusto de Campos, La Izquierda Diario, Literatura, Literatura brasileña, Poesía, Poesía concreta, Raúl Zurita |
Entrevista con el poeta chileno Raúl Zurita, autor entre otras obras de ‘Purgatorio’, ‘Anteparaíso’, ‘INRI’ y ‘Zurita’.

Fotografía: Jorge Brantmayer
Poco antes de que saliera de viaje hacia la Argentina –donde, entre otras actividades, tocó con la banda de rock González y Los Asistentes el pasado sábado 20 de agosto, en el Centro Cultural MATTA-Embajada de Chile en Argentina–, tuvimos esta conversación-entrevista con el poeta chileno Raúl Zurita, vía e-mail. Autor de libros fundamentales como Purgatorio, Anteparaíso, Canto a su amor desaparecido, INRI –libro que tieneedición local con Mansalva– y el monumental Zurita, el escritor –también autor de la novela El día más blanco– ha trabajado, desde la década de 1970, en el dolor de las masacres y genocidios de nuestra época, y en particular en el de la dictadura de Pinochet, que además lo incluyó a él entre sus víctimas directas: Zurita fue encarcelado y torturado.
Integrante del Colectivo de Acciones de Arte (CADA), parte de lo que se conoció, según ha historizado en sus trabajos Nelly Richard, como la Escena de Avanzada –un agrupamiento amplio de artistas que actuaba bajo la dictadura, del cual la misma Richard fue parte–, Zurita habla aquí –en una charla tan aguda como amplia en sus temáticas– del “sentido de existencia” del arte y de la poesía, de otras obras y autores de América Latina y de Europa (Joyce, Hackl, Bernhard, Bolaño, Guimarães Rosa, entre otros), y, también, de algún libro suyo.
Maestro Zurita, en primer lugar quiero que se refiera a la reciente recepción del Premio iberoamericano de poesía “Pablo Neruda”. Usted dio allí un discurso “fuerte”, intenso, planteando entre otras cosas cómo la poesía, que debería ser “celebración de la vida” tuvo que, por las dictaduras latinoamericanas que acontecieron en los 70, también “retratar la desgracia”. Pareciera que los últimos genocidios en esta parte sur del continente se mantienen como una “fuente” de (dolorosa) “inspiración” para los artistas, tanto en la literatura y en la poesía, como en las demás artes (cine, fotografía…).
Agradezco el premio que usted menciona, pero lo agradezco con vergüenza. Todo lo que llamamos arte no son sino escombros, triturados pedazos de carne que como pájaros carroñeros, incontables bandadas de pintores, escritores, músicos, recogen poniéndoles sus nombres sin saber que son los restos de una batalla infinitamente perdida. La tarea no era ser artistas; era hacer del mundo una obra maestra y los millones y millones de novelas, de poemas, de partituras, pinturas, esculturas, murales, dramas, que repletan los anaqueles de las bibliotecas y las librerías, los muros de los museos y de las galerías de arte, las salas de conciertos, los e-books, son la muestras de esa infinita derrota. Yo no hubiese querido escribir poemas, lo que yo hubiese querido es que no existiesen gran parte de las razones que llevan a los seres humanos a escribir poemas. No me siento orgulloso de haber escrito Canto a su amor desaparecido, no me siento orgulloso de haber escrito INRI, me sentiría orgulloso si no los hubiese jamás escrito. Hay un poema que es absolutamente superior a La Ilíada y es que La Ilíada nunca hubiese existido porque eso significaría que los extremos de la violencia y de la locura de los que ese poema tuvo que dar cuenta nunca sucedieron.
Este premio fue recibido el año pasado por el brasileño Augusto de Campos. Aprovecho para preguntarle qué le parece la poesía concreta, y si lee poetas brasileños.
Cómo no admirar la poesía brasileña, su libertad formal, su variedad, ese universo que va desde el imponente Drummond de Andrade, desde Morte e vida Severina de Cabral de Melo Neto y Poema Sujo de Ferreira Gullar, hasta las últimas obras de Augusto de Campos, que van mucho más allá de la poesía concreta con la que yo no creo tener mayor relación. Ellos creyeron hacer una poesía material y la verdad es que nunca superaron la gráfica. La gran contradicción de la poesía concreta es que no es concreta. Si fuera concreta no estaría sobre papeles, sino sobre las cumbres de Los Andes. Cuando conocí a Haroldo de Campos se lo quise decir, pero era alguien tan generoso y amable, que no lo hice. Pero lo que determinó mi relación con la poesía brasileña no fue la poesía en el sentido usual del término, sino leer el Gran Sertón: Veredas de Guimarães Rosa. Es una de esas obras que sobrepasan la división de los cementerios literarios y suena ridícula confinarla a la estrechez de nuestras clasificaciones. Guimarães le pertenece al gran océano de las hablas humanas del cual todo surge y al cual todo vuelve. Esa sensación de enfrentarte a algo que excede lo humano, algo que es anterior e innombrable, y que se manifiesta de un modo no calculado, que no obedece a nada sino a su propio deseo de ser, es lo que me maravilla y me aterra de obras como el Gran Sertón. Libros como ese, si llegas a leerlo, no sales del mismo modo que entraste. ElSertón es el gran poema y la gran novela de la literatura brasileña y resulta difícil confrontarse con las medidas que pone.
Usted tiene una participación en la última película de Patricio Guzmán, la bellísima El botón de nácar, estrenada en 2015. Pareciera que hay cierta coincidencia en los motivos de ustedes dos, respecto a ligar poética, líricamente, las inmensas bellezas naturales con el horror de las antiguas matanzas y el de las “modernas” dictaduras.
Admiro a Patricio Guzmán. Los paisajes son inmensos telones en blanco que nuestro paso por la vida va llenando. Los Andes, el océano, las selvas y desiertos, están sucios de nuestros ojos, de nuestras miradas, y en ellos están proyectados, infinitamente más que en todos los monumentos construidos por la historia, la tragedia, la bondad, la desgracia y la esperanza humana. No esculpimos la Pietá ni construimos la bóveda de San Pedro, pero son nuestras miradas, su terror y espanto, su amor y dulzura, las que sumadas una a una levantan los contornos imponentes de los Andes y las rompientes del Pacífico. Miles de cuerpos fueron arrojados al mar, tenemos ustedes y nosotros esa horrorosa historia común, he querido creer que el mar son nuestros ojos y que nuestras miradas los acompañan. He querido creer que hay un dios del mar y que ese dios tiene nuestros ojos.
Me interesa hablar de Zurita, su magna obra de casi 800 páginas. ¿Se la puede considerar como una especie de summa de gran parte de sus temáticas poéticas fundamentales?
Uno es un muy mal comentarista de mí mismo pero qué diablos, intentaré contestarle. Una vez respondí que las únicas obras que me importaban eran las obras totales. Era mi reacción, sin duda exagerada, contra la mistificación del fragmento, ese lugar común que afirma que el derrumbe de los socialismos reales y el fin de las utopías hacen imposibles los megarrelatos y toda pretensión de totalidad, no sin darle una justificación a una claudicación artística enorme. ¿Imposible? ¿y por qué? ¿no será exactamente lo contrario? No vivimos fragmentariamente, feliz o dolorosamente no podemos experimentar nuestras vidas sino como una totalidad: naces, cometes los errores que te corresponden, te crucifican y en un instante dirás, al igual que todos los seres humanos que han pisado la faz de la tierra: “padre, padre, por qué me has abandonado”, tienes tus tres noches en el sepulcro, por una única vez conoces la resurrección y finalmente te ocurrirá algo tan absolutamente alucinante como es morirte. Una obra o es el correlato de eso o no es. Lo es Pedro Páramo, lo es Ulises, lo es el cuento “La tercera margen del río”, de Guimarães, lo es el Gran Sertón, lo es Alturas de Macchu Picchu, lo es Cien años de soledad, lo es el “Poema conjetural” de Borges.
También hay en Zurita una suerte de conexión, de ligazón con las catástrofes del mundo, por ejemplo la bomba atómica en Japón y la guerra en Europa. Pienso en autores como Sebald, Thomas Bernhard y Peter Handke (y por supuesto también Günter Grass –aunque con otra “espesura” y “modos” literarios–). ¿Tiene o siente usted alguna afinidad con alguno de estos escritores?
Entiendo, pero lo importante no es el tema, es el tono. Es lo que diferencia para mí a Thomas Bernhard de Peter Handke y de un autor que admiro: Erich Hackl. Leí la saga autobiográfica de Bernhard y aunque es un gran escritor tuve la sensación de que escribía como si la famosa frase sobre la imposibilidad de la poesía después de Auschwitz de Adorno le estuviera pidiendo cuentas. La lectura de Handke en cambio me marcó la vida. Fue Kaspar, lo leí a los 18 años y fue lo más próximo a un rito de iniciación, volví a encontrarme con Handke en esa película de Wenders El cielo sobre Berlín cuyo guión es de él. Los diálogos de esa película se cuentan entre lo más bello que he leído en mi vida. Me sucedió algo similar veintiséis años después, el 2004, cuando en Tampico, México, escuché a Erich Hackl leer fragmentos de Una boda en Auschwitz. El comienzo de ese libro simplemente me liquidó y podría transcribirlo de memoria:
“Esta noche soñaré con Rudi Friemel. Tendrá la cara blanca como la cera los ojos muy abiertos, como si se hubiese dado un susto de muerte. Llevará un pantalón de presidiario, a rayas y de tela fina, tapándole los sabañones, y una camisa blanca con bordado de rosal. Un regalo, ¿de quién? Sonreirá como siempre sonreía. Veré el hoyuelo en su mentón. Dirá: Todos me han olvidado, las mujeres, los amigos, los camaradas. Tonterías, diré yo”.
Es el tono, ese “esta noche soñaré con Rudi Friemel”, una frase así es decisiva, es tan decisiva como la Trilogía de Danzig de Günther Grass. Me has nombrado novelistas, yo creo que la única diferencia de la poesía con la novela es que la poesía no tiene absolutamente ninguna otra posibilidad que la de ser extraordinaria, o sino por qué la vas a leer, mientras una novela puede ser mala y a la vez ser extraordinaria, incluso ser la gran novela de su tiempo y de su época, un caso célebre es Rayuela, un caso más cercano es 2666. No he leído a Sebald.
Se puede decir que hay algo en Zurita “de inspiración joyceana” (una voz, una conciencia, recorre un determinado lapso de tiempo). Le pregunto entonces por James Joyce, a propósito de esto, y de las apariciones (¿de lecturas?) dentro del libro (por ejemplo la referencia al Finnegans Wake que hay).
Solo una cosa te puede influir más que un libro que has leído; un libro que no has leído. Eso es el Finnegans Wake para mí. No me tomó diecisiete años leerlo, me bastaron tres datos y mi enamoramiento fue inmediato. Cuando Joyce reescribe La Odisea mostrando que lo mítico no es el viaje de retorno de Odiseo a Ítaca sino la travesía de cualquier ser humano regresando a la casa de la que salió en la mañana, le da un nuevo sentido a 2.800 años de literatura. Lo increíble es que después de ese colosal registro de un día común, el libro termine con ese “sí“” final, con ese “and yes I said yes I will yes”, que es el sí del día a la noche que se abre y que esa noche que se abre sea el Finnegans Wake. Porque si Ulises es su libro diurno, el Finnegans Wake es su libro nocturno y la sola idea de cerrar el ciclo de un día y a la vez mostrar que en esas 24 horas está contenida toda la memoria humana es de tal magnitud, es tan condenadamente imposible, que me hace llorar. Me hace llorar el que un simple tipo como yo, o como cualquiera, sin más armas que el arrojo, sin más armas que la insignificancia de su genio, haya intentado reconstruir una noche y un día de otro cualquiera, o sea, de ese amasijo de babas y sangre, de violencia y ternura, de desaprovechada maldad y desaprovechada bondad, que es otro cualquiera, que sale de su casa, que toma un bus, que responde, como lo estoy haciendo yo, una entrevista y que no sabe, quién podría saberlo, si sobrevivirá a esa travesía, si volverá a acostarse en la misma cama de la que se ha levantado. La escritura de Joyce abre una esperanza de que en este montón de escombros, de ruinas, de restos, que es el arte, pueda encontrarse a Dios.
Otra mención (y diálogo con sus obras, especialmente con 2666 y con Estrella distante) es la de Roberto Bolaño. Quería saber su parecer respecto a esos libros.
La nuestra ha sido una relación póstuma. Él tomó mi poema escrito en el cielo en 1982 en Estrella distante. No creo para nada en la propiedad sobre la creación artística y el hecho me entusiasmó mucho y corrí a comprar el libro para ver cómo lo había solucionado él. Fue una desilusión; Bolaño no tenía la menor idea, para escribir sus frases en el cielo se necesitaban cinco aviones, no uno, y además las frases eran obvias, sin tensión, donde yo ponía “Mi Dios es Hambre”, él ponía “La muerte es limpieza”, una lata. Bueno, se sabe que la primera pasión de Roberto Bolaño era la poesía en la que no era bueno y él lo sabía, no quiero decir nada especial con esto, William Faulkner era peor y William Faulkner llegó a ser William Faulkner, como Roberto Bolaño llegó a ser Roberto Bolaño. Solo que si no eres un buen poeta y eso te importa, no tienes muchas opciones: o te llenas de frustración y resentimiento o escribes The Sound and the Fury. Bolaño escribió 2666, esa novela cumbre de nuestro tiempo, que carga con una falla central sin solución intermedia: o le sobraron ochocientas páginas o le faltaron ochocientas páginas, pero de la que igual sales boqueando. Mientras escribía Zurita me vi muchas veces pensando en él. Se fascinó con Nicanor Parra, pero al que le copió fue a mí. Bolaño acuñó su famoso Literatura + enfermedad = enfermedad. Pero es una fórmula equivocada: Literatura + enfermedad = muerte, como el mismo Bolaño no podría ahora más que corroborar. Salvo uno o dos españoles, sus amigos escritores eran de una mediocridad irreparable que no ha cesado de crecer con los años. Una lástima, está muerto y no alcanzó a leer mi libro. La vida y la muerte son azarosas y me consuela el que yo haya alcanzado a leer el suyo.
ENTREVISTA // 2da Parte
Raúl Zurita: “Si he intentado trabajar con mi vida, debo trabajar también con mi muerte”
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Publicado: julio 31, 2016 | Autor: Demian Paredes | Archivado en: Fragmentos, James Joyce, Libros, Literatura, Poesía, Raúl Zurita | Tags: Finnegans Wake, Fragmentos, James Joyce, libros, Literatura, Poesía, Raúl Zurita |
CIELO ABAJO
Las ondulantes líneas de luz de los murallones de
agua dejaban ver cientos de hojas que se volaban
en el viento y recordé que yo conocía esas páginas.
Venir a encontrarme ni más ni menos que con el
Finnegans Wake aquí, en medio de este Éxodo, me
dije. No había cesado de nevar y un viento gélido
congelaba los huesos. Le iba a decir ni más ni
menos que al Finnegans Wake que cómo diablos
se le ocurría arruinar el viaje precisamente en ese
minuto, cuando ni más ni menos que el mismo
Finnegans se apersonó diciéndome que estaba muy
apenado con su funeral y que, por supuesto, Miss
Rawlings era una cochina bruja. Una cochina bruja
irlandesa, agregó. Papá, dije entonces, por qué
tienes formas tan raras de aparecer, es que no ves
cómo sufro, no ves que a veces también lloro. Su
cara apenas se distinguía en la penumbra y atrás,
como si viniera de muy lejos, se oía el sonido
de un río riverrun, past Eve and Adam’s from
swerve of shore to bend of bay, brings us by
commodious vicus of recirculation back to Howth
Castle and Environs. Ni más ni menos que Joyce y
sus hermanos en el funeral de papá alcancé todavía
a decir, y luego me dormí. En el sueño me llamaba
Antonio y uno me preguntaba si pasaría la noche.
Raúl Zurita, Zurita, Santiago de Chile, Universidad Diego Portales, 2014 [ed. original 2011], p. 256.
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