Austria, en las décadas de 1920 y 30, fue codiciada y reclamada por el fascismo alemán. Pequeña nación alpina, su geografía y materias primas la hicieron estratégica y económicamente importante, “apetecible”, para las potencias imperialistas en Europa. El historiador Ian Kershaw, en su gran biografía sobre Hitler, consigna que en la primera página de Mi lucha, publicado en 1925, Austria aparece como objetivo: “La Austria alemana debe regresar a la gran patria alemana, y no debido a ninguna consideración económica. Una sola sangre exige un solo Reich”.Tanto la política del nazismo (el interés económico y el antibolchevismo de Göring) como su doctrina e ideología racista llevaron, en 1938 a la “anexión” (Anschluss) de Austria al Tercer Reich. Cincuenta años después, “conmemorando” aquellos hechos históricos (doscientos cincuenta mil austriacos vitoreando a Hitler cuando este llegó a Viena, el 15 de marzo), el escritor Thomas Bernhard entrega lo que será su última obra antes de morir, situada en el mismo presente de 1988: el drama Heldenplatz.
Publicada por la editorial argentina El cuenco de plata (que ha seguido de inmediato con otro libro de Bernhard, En las alturas), Heldenplatz toma y discute los tópicos preferidos-permanentes de Bernhard, sea en su teatro, en su obra narrativa o poética: la aniquilación sin remedio que persigue al ser humano,las catástrofes políticas (el fascismo, las guerras) que hunden a millones en la crisis y corroen, individuo por individuo, su existencia, su espíritu y mente. Las instituciones, de las que es enemigo acérrimo, la Iglesia y el Estado. La gran farsa que es la existencia humana y todo su sistema social-económico-político-cultural-artístico. En definitiva, desarrolla una negatividad pura y dura, completamente desesperanzada, oscura; una crítica feroz, sin compasión alguna, por el individuo y sus anhelos, la sociedad, su ideología, moral e instituciones. En 1977, en una “conversación nocturna” en su propia casa de Ohlsdorf, con Peter Hamm, Bernhard dijo que en su país “todos hablan siempre de gasear”. Hamm le dijo: “¿El cura de su pueblo habla de gasear? Eso es imposible”. A lo que Bernhard replicó: “¿Por qué? En Austria, casi todos, sin pensarlo mucho, hablan siempre de gasear. ‘Ese se le cayó a Hitler de la parrilla’ o ‘Habría que gasearlos’”.
Heldenplatz propone nada más y nada menos que un suicidio –el de un profesor judío que se vio obligado a emigrar por varias décadas, Josef Schuster– para comenzar a desarrollar la obra, en la que distintas generaciones y temperamentos discuten alrededor del muerto, recién enterrado, pero también de los vivos, los motivos o causas que pudieron haber llevado todo a tal desastre. La viuda, por su parte, tiene una enfermedad mental monstruosa: no puede dejar de oír, cuando está en Viena, por la ventana que da a la “Plaza de los Héroes” –la Hendelplatz–, a las muchedumbres vitoreando, exaltadas, al Reich aquel año 38.
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